22 de junio de 2012

Fotorreportaje "Incansables" en Coripe


Os dejo con el video-presentación del fotorreportaje:




Y pinchando en esta imagen encontráis las fotografías subidas a Flickr:


 


Cuando tuve que centrar la temática de este fotorreportaje tuve la idea muy clara: quise plasmar el esfuerzo, la constancia y el poco valor que se le otorga a los campesinos, agricultores y demás personas que se dedican al primitivo oficio del campo aquí en Andalucía, porque era necesario, porque es vital otorgar notoriedad y hacer conocer el laborioso y costoso trabajo que desempeñan.

Para ello me desplacé a Coripe, un pequeño pueblo sevillano que vive especialmente del campo, y entre sus recolecciones están las de la aceituna, el algodón, y el espárrago. Tuve el placer de conocer a una familia de jornaleros que trabajaban en la recogida del espárrago; ellos eran Manuel, Manolo, y Ana; marido, mujer y padre de ella. El padre tiene 78 años y lleva toda su vida dedicándola al campo, sin un día de respiro, cargándose a sus espaldas millones de historias y hectáreas recogidas. Él rápidamente cogió confianza conmigo y me contó muchísimas cosas sobre el pueblo, su origen, la vía verde, el túnel de Coripe y demás historietas que él las recordaba como si fuera ayer. Ana y Manolo, casados y con una hija de 8 años y un hijo de 19 años, recibieron las tierras del padre de ella y heredaron el carácter impasible para la recogida. Me contaban que el marido también desarrollaba otros trabajos, haciendo pequeñas obras, pintando paredes o lo que surgiera, ya que el dinero que obtenían del campo no les era suficiente para mantener a una familia de cuatro personas.


Como mi objetivo era reflejar en las fotografías el aspecto humano de los agricultores, me desplacé una semana antes a Coripe para tomar confianza con ellos. Quedamos un sábado temprano por la mañana y conocí a Ana y a su marido, Manolo. Me enseñaron las tierras donde ellos recogían y me contaron el daño que hacía las lluvias a la cosecha aunque para el espárrago no era un inconveniente porque era una planta muy resistente a las lluvias y al Sol.  Ella me contó la poca rentabilidad que tenía este alimento, puesto que ellos lo vendían a 1 euro o 1 euro y medio el kilo, mientras que en los supermercados las vendían a 1,85 el cuarto de kilo, por ello, ella los vendía en el mismo pueblo, directamente y sin intermediarios, y solía vender el kilo a 1,60, y, aunque fuera una nimiedad el dinero de más que sacaba, “por lo menos sacamos algo” decía ella.

Me despedí ese día de ellos acordando que el próximo sábado para realizar el fotoreportaje. Después de pasar la incertidumbre de si llovía o no, me cité con ellos en un bar del pueblo para ir a recoger a Manuel, el padre de Ana, el cual estaba en su casa, ya preparado, ataviado para la ocasión. Con mucho desparpajo y amabilidad se me presentó y me preguntó que para que era el reportaje.

De ahí fuimos al campo, donde ellos se prepararon, cogieron los cajones, los cuchillos y se pusieron los guantes para no perder ni un minuto de tiempo. Eran las 8 de la mañana, pero tenían que hacerlo rápido, quedaba una jornada muy dura. Manolo iba contándome lo mal que estaba la situación en el campo, lo poco que cobraban y lo sacrificado que era, y me expresó su opinión sobre las palabras del político Durán i Lleida sobre los agricultores de Andalucía,  oponiéndose total y efusivamente a esas declaraciones tan nefastas “que conozca mejor la situación que existe y que luego opine de verdad, tiene un cargo demasiado importante para ir diciendo esas cosas” decía.

Ana me preguntaba sobre mi afición a la fotografía, siempre muy atenta  a que no la sacara desfavorecida y avergonzándose mucho delante de la cámara, mientras que Manuel, el hombre mayor, no hablaba casi nada, centrado en su trabajo, sin levantar la mirada de la tierra mojada y embarrada, sacando cada espárrago con una destreza habitual en una persona que ha estado siempre en el campo.


Pasada una hora, se dirigieron a otro sector del campo donde todavía quedaban espárragos que recoger, así que cargaron los cajones con la cosecha que habían recogido, lo cargaron en el coche y nos dirigimos al otro sector, que no estaba muy lejos, pero sí era muy difícil acceder con coches utilitarios no preparados para superficies más escarpadas, aparte de que la tierra estaba muy llena de barro a causa de la lluvia de la noche anterior.

En esta ocasión, ya recogiendo toda la cosecha, después de haber recogido todos los espárragos del terreno,  Manolo y Ana me explicaron varias cosas muy importantes sobre el espárrago: me dijeron que por ejemplo, en Almería se quejaban mucho de que tienen muchos controles y que en Marruecos no existe control alguno y que meten muchos alimentos para España, siendo una pena ya que tenemos muchos alimentos de gran calidad aquí en España. Hace dos años, los obligaron a firmar un acuerdo en el que se les instaba a no echarle ningún producto durante el tiempo de cosecha, después sí podían.

Me interesé también por el proceso de almacenaje y empaquetamiento, y me contaron que en la manipulación separan los espárragos por calibre (12-16 ó 16-20), ya que cada calibre tiene otro precio. En este proceso intervienen la mayoría mujeres, las cuales se colocan en una cinta, lavan los espárragos, los cortan, y los empaquetan en medio kilo, kilo, cuarto de kilo, según se requiera. Manolo me decía “la verdad es que es una lástima porque son espárragos para gourmet y se venden en tiendas y supermercados normales y a muy mal precio”.

Después de esta conversación, cargaron todos los cajones al coche y nos dirigimos al centro del pueblo donde llevaban los espárragos para que fueran pesados y así pudieran venderlos.

Cuando llegamos al sitio, que era un pequeño garaje donde tenían un peso antiquísimo, oxidado y medio doblado, y una pila de cajones vacíos que los iban dejando la gente que llevaba los espárragos a pesar, ya había varios coches y furgonetas esperando a que sus recogidas fueran pesadas. Cuando Ana y Manolo descargaron todos los cajones y los colocaron en el peso, estaban expectantes al resultado que marcaba la balanza, y en el momento de saber el peso, el hombre que realizaba este trabajo les quitó dos kilos al resultado porque “los espárragos tienen mucho barro y los cajones, quieras o no, pesan lo suyo”. Esto me pareció muy descarado puesto que esos dos kilos eran obviamente excesivos.

Pero, a pesar de todo, la pareja aceptó el cheque, que luego canjearía por dinero, y ayudaron al distribuidor a subirlos en su furgoneta para que él pudiera repartirlos a las diferentes tiendas y supermercados.


Se despidieron de mí con una sonrisa, un “muchas gracias”, y un “cuando queráis, para lo que haga falta, aquí estamos otra vez”.