Os dejo con el video-presentación del fotorreportaje:
Y pinchando en esta imagen encontráis las fotografías subidas a Flickr:
Cuando tuve que centrar la temática de este fotorreportaje tuve la idea muy clara: quise plasmar el esfuerzo, la constancia y el poco valor que se le otorga a los campesinos, agricultores y demás personas que se dedican al primitivo oficio del campo aquí en Andalucía, porque era necesario, porque es vital otorgar notoriedad y hacer conocer el laborioso y costoso trabajo que desempeñan.
Para ello me desplacé a
Coripe, un pequeño pueblo sevillano que vive especialmente del campo, y entre
sus recolecciones están las de la aceituna, el algodón, y el espárrago. Tuve el
placer de conocer a una familia de jornaleros que trabajaban en la recogida del
espárrago; ellos eran Manuel, Manolo, y Ana; marido, mujer y padre de ella. El
padre tiene 78 años y lleva toda su vida dedicándola al campo, sin un día de
respiro, cargándose a sus espaldas millones de historias y hectáreas recogidas.
Él rápidamente cogió confianza conmigo y me contó muchísimas cosas sobre el
pueblo, su origen, la vía verde, el túnel de Coripe y demás historietas que él
las recordaba como si fuera ayer. Ana y Manolo, casados y con una hija de 8
años y un hijo de 19 años, recibieron las tierras del padre de ella y heredaron
el carácter impasible para la recogida. Me contaban que el marido también
desarrollaba otros trabajos, haciendo pequeñas obras, pintando paredes o lo que
surgiera, ya que el dinero que obtenían del campo no les era suficiente para
mantener a una familia de cuatro personas.
Como mi objetivo era
reflejar en las fotografías el aspecto humano de los agricultores, me desplacé
una semana antes a Coripe para tomar confianza con ellos. Quedamos un sábado
temprano por la mañana y conocí a Ana y a su marido, Manolo. Me enseñaron las
tierras donde ellos recogían y me contaron el daño que hacía las lluvias a la
cosecha aunque para el espárrago no era un inconveniente porque era una planta
muy resistente a las lluvias y al Sol.
Ella me contó la poca rentabilidad que tenía este alimento, puesto que
ellos lo vendían a 1 euro o 1 euro y medio el kilo, mientras que en los
supermercados las vendían a 1,85 el cuarto de kilo, por ello, ella los vendía
en el mismo pueblo, directamente y sin intermediarios, y solía vender el kilo a
1,60, y, aunque fuera una nimiedad el dinero de más que sacaba, “por lo menos
sacamos algo” decía ella.
Me despedí ese día de
ellos acordando que el próximo sábado para realizar el fotoreportaje. Después
de pasar la incertidumbre de si llovía o no, me cité con ellos en un bar del
pueblo para ir a recoger a Manuel, el padre de Ana, el cual estaba en su casa,
ya preparado, ataviado para la ocasión. Con mucho desparpajo y amabilidad se me
presentó y me preguntó que para que era el reportaje.
De ahí fuimos al campo,
donde ellos se prepararon, cogieron los cajones, los cuchillos y se pusieron
los guantes para no perder ni un minuto de tiempo. Eran las 8 de la mañana,
pero tenían que hacerlo rápido, quedaba una jornada muy dura. Manolo iba
contándome lo mal que estaba la situación en el campo, lo poco que cobraban y
lo sacrificado que era, y me expresó su opinión sobre las palabras del político
Durán i Lleida sobre los agricultores de Andalucía, oponiéndose total y efusivamente a esas
declaraciones tan nefastas “que conozca mejor la situación que existe y que
luego opine de verdad, tiene un cargo demasiado importante para ir diciendo
esas cosas” decía.
Ana me preguntaba sobre
mi afición a la fotografía, siempre muy atenta
a que no la sacara desfavorecida y avergonzándose mucho delante de la
cámara, mientras que Manuel, el hombre mayor, no hablaba casi nada, centrado en
su trabajo, sin levantar la mirada de la tierra mojada y embarrada, sacando
cada espárrago con una destreza habitual en una persona que ha estado siempre
en el campo.
Me interesé también por
el proceso de almacenaje y empaquetamiento, y me contaron que en la manipulación
separan los espárragos por calibre (12-16 ó 16-20), ya que cada calibre tiene
otro precio. En este proceso intervienen la mayoría mujeres, las cuales se
colocan en una cinta, lavan los espárragos, los cortan, y los empaquetan en
medio kilo, kilo, cuarto de kilo, según se requiera. Manolo me decía “la verdad
es que es una lástima porque son espárragos para gourmet y se venden en tiendas
y supermercados normales y a muy mal precio”.
Después de esta
conversación, cargaron todos los cajones al coche y nos dirigimos al centro del
pueblo donde llevaban los espárragos para que fueran pesados y así pudieran
venderlos.
Cuando llegamos al
sitio, que era un pequeño garaje donde tenían un peso antiquísimo, oxidado y
medio doblado, y una pila de cajones vacíos que los iban dejando la gente que
llevaba los espárragos a pesar, ya había varios coches y furgonetas esperando a
que sus recogidas fueran pesadas. Cuando Ana y Manolo descargaron todos los
cajones y los colocaron en el peso, estaban expectantes al resultado que
marcaba la balanza, y en el momento de saber el peso, el hombre que realizaba
este trabajo les quitó dos kilos al resultado porque “los espárragos tienen
mucho barro y los cajones, quieras o no, pesan lo suyo”. Esto me pareció muy
descarado puesto que esos dos kilos eran obviamente excesivos.
Pero, a pesar de todo,
la pareja aceptó el cheque, que luego canjearía por dinero, y ayudaron al
distribuidor a subirlos en su furgoneta para que él pudiera repartirlos a las
diferentes tiendas y supermercados.
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